S.O.S. Compasión Extraviada

Esperaba a mi esposa a la entrada de un edificio cuya puerta estaba hecha completamente de vidrio, cuando escuché el sonido de un golpe seco. Regresé la mirada y no había nada, ninguna persona entrando, nadie pasando por la acera, nada; hasta que, en una esquina cerca de la puerta, descubrí la figura de un ave que luchaba como si quisiera entrar. Forcejeaba revoloteando sin poder levantar el vuelo, intentando atravesar el portón de vidrio.

Había chocado en pleno vuelo contra el cristal transparente de la puerta y estaba atontada por el golpe. En su intento por escapar, levantaba el vuelo y se estrellaba de nuevo. Mi esposa al fin salió y ambos tuvimos compasión del pobrecillo animal y no podíamos irnos hasta saber que estaba bien.

En ese momento salió del edificio una pareja. La mujer miró al ave con desprecio. Le dijimos que solamente se había estrellado contra el vidrio. El hombre miró el ave y dijo:

Yo la doy por muerta, no vivirá.

Una llama de rabia me invadió por dentro y tuve ganas de decirle hasta de lo que se iba a morir, pero me contuve. ¿Cómo podía haber gente tan indolente?

Dios puso en nosotros compasión de la desamparada y decidimos ayudarla. Conseguimos una caja de cartón y la metimos allí, la llevamos en nuestro auto y se la entregamos a una persona que sabíamos que la ayudaría.

El mundo está lleno de gente como aquella ave. Ven el mundo como una puerta de vidrio y se dirigen hacia ella en vuelo apresurado solo para estrellarse. Luego de haber chocado no entienden que están en peligro, y siguen revoloteando contra el mundo. Creen que pueden escapar, pero no lo consiguen. Adolescentes, jóvenes y hasta niños, arrojan sus almas hacia cualquier cosa que los llene, que parezca un escape. Se golpean contra el alcohol, drogas, desenfreno, relaciones tóxicas. Cualquier cosa que les ofrezca un escape. Estampan sus vidas mientras revolotean contra lo que la sociedad les ofrece, y quedan deshechos y atontados frente a un espejismo.

En medio de eso, pasan aquellos que los menosprecian y dicen: “ya lo damos por muerto”, “no durará ni un día más”, “es gente que no vale la pena”. Esas personas han perdido la compasión y decidieron darle la espalda al mundo, quizás porque decidieron creer que el mundo está perdido de todas maneras, o porque el mundo también les dio la espalda alguna vez.

Se han extraviado los portadores de migas de esperanza para el mundo. Algunos se encerraron en cajas dominicales, prisiones de liturgia y de formas que no llegan al mundo herido que chocó contra un ventanal de oportunidades engañosas. Otros dejaron que su corazón se congele al punto de la muerte. Y también están los ciegos, los egoístas y los indiferentes.

Esta es una llamada de auxilio.

Un S.O.S.

La compasión se ha extraviado y la gente no la encuentra. La creación está sufriendo dolores de parto, niños y adolescentes gimen pidiendo ayuda como ovejas que no tienen pastor sin nadie que se compadezca de ellas.

Aquel día, junto con mi esposa, estuvimos hablando de cómo la gente cada vez se preocupa menos por los demás, caminan angustiados, preocupados, iracundos, ensimismados en su día a día. Esa misma noche decidimos pasar un tiempo en familia y paramos para comprar una pizza. Afuera del local, un joven de unos diecisiete años, con la ropa sucia y rostro de hambre, aguardaba cerca de la puerta. Se notaba que era de aquellos que usan cualquier alucinógeno. Pudimos sentir el desprecio de aquellos que pasaban cerca, diciendo con su mirada:

—No le doy ni un día más, está condenado a muerte.

El joven miraba desde la ventana a la gente comiendo y casi babeaba, deseando algo de alimento. En eso, uno de los empleados del local salió y cruzaron unas palabras, de pronto el empleado reaccionó lleno de cólera descargando sobre el muchacho un puntapié con todas sus fuerzas, como si se tratara de basura.

Ahí estaba él, fingiendo que no había dolor, llenando las cuencas de sus ojos con lágrimas amargas, pero obligándose a no llorar, quizás porque si lo hace, perdería toda esperanza de comer esa noche.

Y ahí estábamos nosotros, mirándolo todo, con una voz hablando a nuestro corazón diciendo: Esa es la avecilla herida que todos menosprecian, solo necesita alguien que la proteja. Entendimos que en ese momento en que el joven sentía el odio del mundo, nosotros estábamos obligados a ofrecerle un poco de “amor” en forma de un pedazo de pizza que le ayude a sobrevivir una noche más, que le sirva de consuelo frente al dolor en su cuerpo por los puntapiés que el sistema le da cada segundo.

Así que, nos acercamos, le dimos una porción y huimos de allí intentando no llorar. Regresamos a casa con el resto de la pizza, definitivamente más de lo que podíamos comer, a pasar un rato en familia y luego a dormir en un lugar cálido, con preocupaciones superfluas en la mente.

Desperté espantado alrededor de las 4am pensando en ese joven. Escuché otra vez la voz que me decía: escribe esto y haz que el mundo lo sepa.

 La creación sigue esperando a que tú y yo decidamos dar de comer al hambriento, beber al sediento, consolar a los quebrantados y enlutados, visitar a los que están presos, encarcelados en una vida que no soportan, esclavos de una suerte que heredaron, chocando contra un portal de vidrio grueso, sin entender de dónde vino el puntapié.

Pienso que el creador nos está mirando, esperando por nosotros, recordando el día en que la humanidad endureció su alma, y extravió la compasión. Está aguardando que sus hijos se levanten para redimir la creación afligida por dolores de parto, anhelando que entendamos sus palabras y que nos pongamos en marcha. Nos repite como un aleteo constante: “aún espero con paciencia, porque no quiero que nadie perezca, sino que todos se salven”.

Nos dice: “tengan compasión de ellos, son ovejas sin pastor”.

PD. La tórtola que rescatamos se recuperó, y al día siguiente emprendió el vuelo nuevamente. Nunca volvimos a ver al joven de la pizzería.

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